Las personas llegan al análisis a causa de cosas que traban su camino, que impiden funcionar. Cosas que se manifiestan a nivel del pensamiento: fobias u obsesiones. O que se manifiestan por el cuerpo.
“No pienso que, realmente, pueda decirse que los neuróticos sean enfermos mentales. Los neuróticos son aquéllo que son la mayor parte. Felizmente ellos no son psicóticos. Lo que se llama un síntoma neurótico es simplemente algo que les permite vivir. Ellos viven una vida difícil y nosotros tratamos de aligerar su no confort. A veces les damos la sensación de que ellos son normales. A dios gracias, nosotros no los hacemos suficientemente normales para que ellos terminen psicóticos. Este es el punto en que debemos ser prudentes. Algunos de ellos tienen realmente la vocación de llevar las cosas hasta el límite.
Me excuso si lo que yo digo parece -lo que no lo es- audaz. Puedo solamente testimoniar de aquello que mi práctica me provee. Un análisis no tiene que ser llevado demasiado lejos. Cuando el analizante piensa que é1 es feliz por vivir es suficiente”.2
Un psicoanálisis puede ser considerado un “tiempo de espera” necesario para elaborar una política del deseo. En ese tiempo, donde un sujeto elabora el “qué hacer” con su deseo, necesitará aferrarse a algo, a la persona del analista, que se convertirá durante un largo tiempo en el lazo más importante para esa persona. Es lo que se llama transferencia.
El analista será el destinatario del amor, odio, fascinación, angustia del paciente. Es necesario que esto se constituya para que el tratamiento funcione.
Para quien se analiza, el analista pasa a formar parte esencial de su vida más allá de los límites físicos del consultorio y del tiempo concreto de las sesiones. Esto ha dado lugar a numerosos malentendidos, como los que se refieren a la “dependencia” de una persona con su analista. Pero no se trata de la persona física del analista, sino que este encarna una dimensión simbólica. El diálogo con el analista no es estrictamente diálogo, es una dimensión del decir, que descubre que el hablante dice más de lo que quiere decir, que no es en absoluto dueño de lo que dice. Su palabra despierta y moviliza la rigidez de las significaciones que el sujeto le asigna a la historia que cree saber de sí. Sentir asombro por descubrir algo que es lo más auténtico y reprimido…de eso se trata un psicoanálisis.
Las personas estamos más predispuestas a esperar de los otros que a elaborar una política propia del deseo. Es el problema de todo neurótico.
La queja sobre los otros es un elemento esencial de la posición neurótica. Quejarse es mantener la creencia de que los otros son mejores, de que el otro es mezquino y no nos da lo que merecemos. Es como seguir creyendo en los Reyes Magos.
Tanto el sujeto como los otros son como son y hacen lo que pueden.
El psicoanálisis no vino a revelarnos que la vida humana es muy difícil, pero puede sacarnos de encima el padecimiento que implica seguir creyendo en los Reyes Magos.
Un análisis funciona cuando permite al sujeto sacarse un peso de encima, un exceso de carga, un plus de sufrimiento que complica lo fácil, y hace de lo difícil un tormento.
El psicoanálisis le recuerda al sujeto lo que el sujeto quisiera poder olvidar.
El sujeto prefiere no saber nada del desgarro, del desamparo, de la falta de objeto que constituye la vida humana.