Freud descubrió la acción de la cocaína sobre las afecciones dolorosas (“De la coca”, 1884). Fue una de sus primeras teorizaciones acerca de la función de una sustancia tóxica para calmar el dolor.
De hecho, la droga, cuando escuchamos a un paciente parece llenar un vacío, taponar un agujero. Cuando esta no está, a veces la angustia adquiere dimensiones intolerables para el sujeto. Es por eso, que en el transcurso de un tratamiento analítico, se deja que la abstinencia sea asunto de él.
Lo que se exige es que el paciente se organice para hablar de sí mismo, que asista con regularidad a las sesiones.
Lacan define a la droga como “lo que permite romper el casamiento con el pequeño pipí”, el casamiento con el límite, con el goce fálico.
La “normalidad” por la que transitamos, donde hay límites y un goce regulado por la castración, no es sin algún tipo de malestar.
La droga puede funcionar como calmante del dolor que provoca la falta de deseo.
Es común el encuentro de los adolescentes con la droga como con el alcohol, en este tiempo, pero no por “probar” un adolescente se hará adicto o alcohólico.
Son necesarias algunas condicione subjetivas como una operatoria fallida de la función paterna. Esta función es la que cumple al padre cuando separa al hijo de la madre y lo introduce en el camino del deseo, y todos los avatares de la trama edípica.
Es habitual escuchar en la clínica, adolescentes o adultos que se quejan del aburrimiento, el tedio, la falta de proyectos, la falta de deseo.
Este es un terreno propicio para que un sujeto haga uso de drogas, como remedio para el malestar provocado por la falta de deseo.
Condiciones sociales de esta época también influyen en que una persona abuse de sustancias.
La satisfacción que procura la intoxicación requiere del silencio de la palabra.
La operación analítica se opone a la operación toxicómana. Esta rechaza el inconsciente, la otra lo hace existir. Es hablando de lo que le pasa como un sujeto podrá elaborar y encontrar significantes para el dolor intolerable que lo habita.
Por eso es necesario cuando recibimos en la consulta a una persona que dice tener problemas con tóxicos, brindar la posibilidad de que ponga en palabras su malestar.
No siempre es una queja. Muchas veces, exhibe ante nosotros el feliz encuentro con un objeto que le brinda un placer ilimitado, “viajes”, “flashes”, sin tener que relacionarse con otras personas.
Sylvie Le Poulichet habla del “FARMAKON”, como remedio o veneno, una sustancia que no tiene esencia estable, ni carácter propio, para ejemplificar que la misma droga es utilizada por distintos sujetos para conseguir efectos diferentes.
Esto da cuenta que no existe una generalidad de las adicciones ni un “ser” adicto sino que la escucha de cada sujeto es singular.
No todas las personas que utilizan drogas llegan a la consulta, ni son adictos.
Cuando el tóxico deja de ser exitoso es la posibilidad de que surja una dimensión del sufrimiento que provoque un llamado.