Como hemos indicado en un comienzo, acostumbramos decir que la neurosis está estructurada como una pregunta y, en cierto modo, este es un efecto de la enseñanza de Lacan. Así, por ejemplo, es que presentara la distinción entre obsesión e histeria en el seminario 3:
“…lo que caracteriza la posición histérica es una pregunta que se relaciona justamente con los dos polos significantes de lo masculino y lo femenino. El histérico la formula con todo su ser: ¿cómo se puede ser varón o se puede ser hembra? Esto implica, efectivamente, que el histérico tiene de todos modos la referencia. La pregunta es aquello en lo cual se introduce y se conserva toda la estructura del histérico, con su identificación fundamental al individuo del sexo opuesto al suyo, a través de la cual interroga a su propio sexo. A la manera histérica de preguntar o… o… se opone la respuesta del obsesivo, la denegación, ni… ni… ni varón ni hembra. Esta denegación se hace patente sobre el fondo de la experiencia mortal y el escamoteo de su ser a la pregunta, que es un modo de quedar suspendido de ella. El obsesivo precisamente no es ni uno ni otro.”15
De acuerdo con estos términos, la histeria sería una pregunta acerca de la feminidad y la obsesión acerca de la relación entre la vida y la muerte. En este último caso, eventualmente ha podido decirse que esta inquietud trasunta en la pregunta acerca de la paternidad, y esta indicación es apropiada… aunque parcial: el modo en que la pregunta acerca de qué es un padre se constituye en la obsesión a través de la muerte, esto es, se interroga al padre muerto –al que vale como nombre, es decir, como ideal frente al cual la obsesión se apaña como término degradado–; y el carácter parcial de esta respuesta radica en que la histeria no está menos orientada hacia la misma pregunta: la histérica también interroga al padre, pero a partir de su deseo… En definitiva, tanto histeria como obsesión son formas de orientación hacia el padre, de servirse del padre como referencia sintomática. Volveremos sobre este aspecto en las clases siguientes.
No obstante, en este contexto importa destacar el carácter inconsciente de las preguntas en cuestión. Ya hemos enfatizado que esas preguntas no pueden ser verificadas a nivel del discurso yoico. Dicho de otro modo, la pregunta neurótica se descifra de acuerdo con la elaboración de saber que se desprende del síntoma –según hemos entrevisto este punto con el comentario de la “17ª Conferencia” en el apartado anterior, la pregunta del neurótico se interpreta retroactivamente a partir de esa respuesta que es el sentido del síntoma–. Por lo tanto, importa ubicar un modo concreto en que el discurso del neurótico asume la forma de una pregunta, punto en el cual es preciso reconducir esta cuestión, una vez más, al modo de respuesta discrecional frente al dispositivo mismo –antes que a una elaboración psicopatológica–. Para dar cuenta de este tópico cabe servirse de los desarrollos de Lacan en torno a la “causación del sujeto” en el seminario 11.
¿Qué quiere decir que el sujeto está “causado”? En primer lugar, aunque parezca algo evidente, esta indicación expone que el sujeto no es un dato de partida en la práctica del psicoanálisis –es decir, quien habla en la consulta es una persona, o algo semejante, pero no un sujeto–; en segundo lugar, el sujeto del psicoanálisis no es el sujeto tradicional de la filosofía, es decir, constituyente del sentido, sino que se constituye a través de un saber que no conoce, pero que en tanto no sabido igual se sabe.
Dicho de otro modo, sujeto y saber se excluyen; en sentido estricto no hay sujeto del inconsciente, por eso se trata de un sujeto dividido o en falta. No obstante, en tercer lugar, su falta no es solo respecto del saber, sino también en referencia a la satisfacción, dado que esta última se presenta a través del síntoma, de un modo oscuro y extranjero; por lo tanto, un esbozo de aproximación al carácter constituido (o causado) del sujeto podría resumirse en la división entre saber y goce –a sabiendas de que el saber es un modo de cernir también ese goce perdido (y recuperado) sintomáticamente–. He aquí el punto en que las formaciones del inconsciente, como modos de retorno, tienen un lugar privilegiado en el análisis. Un psicoanálisis que no tenga su hilo conductor en la experiencia del inconsciente difícilmente pueda ser llamado un análisis.